domingo, 26 de abril de 2015

Tengo el mejor novio del mundo (entrada edulcorada)

Tengo el mejor novio del mundo. Normal que piense eso, es MI novio. Y lo lógico es que cualquier persona emparejada lo piense (de su novio, no del mío XD). Si no es así, no sé qué hace la gente perdiendo el tiempo.
Eh, el mejor novio del mundo no implica el novio perfecto. Porque la perfección no existe y yo soy lo más cercano a ella que podemos encontrar (y a la modestia, por supuesto). Pero no hace falta ser perfecto para ser el mejor. Mi novio se limita a ser lo que yo busco en una pareja, lo que quiero en la persona con la que comparto mi día a día. Y por eso es el mejor.

La verdad es que es complicado decir esto cuando las parejas que he tenido anteriormente también eran estupendas. Especialmente mi último ex, con quien tengo una sólida amistad. Pero está claro que si son ex es por algo. Por bonito que fuese todo durante un tiempo, llegó el final y con él se acabaron los novios, perfectos o imperfectos. Hay gente que se queda enganchada a relaciones pasadas. Adictos a lo bueno pasado que no pueden aceptar el lado negativo que tanto pesó en la fallida relación. No es mi caso. Puedo decir que cerré completamente las puertas de mis anteriores relaciones. Las disfruté mucho mientras duraron, guardo recuerdos preciosos. Pero son cosas que ya no existen y que no echo en falta.

Lo maravilloso de cerrar completamente los ciclos es que no añoras nada, no haces comparaciones. Tu nueva relación es superior en todos los aspectos a las anteriores. En primer lugar, porque las anteriores acabaron y ya no existen (lo cual es un buen motivo, las cosas como son). Pero también porque cuando dejas a alguien es porque te has dado cuenta de que quieres algo que no tienes. Y en la nueva relación al fin disfrutas de ello. Porque yo no soy masoca, no me embarco en una nueva relación si no me llena más que las que he tenido previamente, si no me aportan aquello que me faltaba.

En esta ocasión he tenido mucha suerte. El que ahora es mi novio fue tiempo ha una de esas personas que descubres que conectan contigo de una manera fascinante. Apareció como amigo en un momento en el que no me planteaba que fuese otra cosa, pero era innegable el atractivo que tenía para mí. Y aunque desapareció de mi vida y quedó olvidado (todo lo olvidada que puede quedar una persona, yo siempre recuerdo a los que compartieron camino conmigo) reapareció años después. Otra persona diferente, pues el tiempo había pasado y no éramos los mismos. Pero con aquella esencia que lo hacía único realmente intacta. Y no solo eso. Desaparecidos ya los aspectos que en el pasado nos mantuvieron alejados (su cutrez, está claro XD).

El caso es que todo salió bien y llegó el momento en que nos tocaba vivir juntos y ver qué tal encajábamos. No parecía haber mucho problema. Vivir conmigo es muy sencillo, para qué os voy a mentir. Mientras se me deje dormir todo va bien. Lo que no sabía es que convivir con él iba a ser tan extremadamente fácil. Mi cara al respecto es algo así: *___*

Y es que mi merluzo es adorable. Me encanta pasarme horas entre sus brazos, charlando de cualquier cosa, haciendo el tonto, mimándonos. A veces luchando, claro está. Así soy yo, no se puede tener una relación sana sin demostrar mi supremacía en técnicas marciales de posición horizontal y ojos cerrados. En ocasiones le cuento la leyenda de Colliedra (que la pija conocerá, si tiene algo de memoria). En otras le hablo de aquella vez en el 47 en Cartagena. O de cuando la carpa me atacó y tuve que invocar el espíritu del espárrago elitista.

A veces paseamos. Y yo digo "Mira perroooooo" cada vez que me cruzo con uno, entrando en una competición constante de ver quién localiza primero los animales más adorables. También hay viejos, pero esos no los localizamos, esos simplemente salen de todas partes. Una invasión. Pero está bien, porque a veces los viejos llevan perros. No está tan bien cuando estamos haciendo la compra y se agolpan delante de los puestos de muestras de comida. No dejan pasar y un día los embestiré con el carro.

Otras veces sufro episodios de posesión extrema, especialmente cuando paso delante de sitios en los que venden dulces. Convulsiono y tiene que tirar de mí para liberarme de la tentación del mal. Yo grito al mundo que una sociedad en la que uno no es libre de saciar su gula a cada instante está podrida. Pero bueno, a cambio puedo seguir pasando por las puertas sin quedarme atascada en el marco.

Oh, y tomamos té. Esto es así como muy pijo. Por algo nos pegó la costumbre Regargojana. Bueno, ella se la pegó a mi melón y él a mí. Lo vamos transmitiendo, como las enfermedades. Pero con más estilo y tal.
Se supone que hay distintos tipos de té y mi merluzo siempre se queja de que si uno de los que tomo sabe demasiado a vainilla o demasiado a otra cosa que no le convence. Yo alucino porque a mí todo me sabe a té. Soy incapaz de distinguir los matices que se supone que tienen. Algunos saben más fuertes, otros menos. Pero todo sabe a té. A hierba rara. Soy una inculta del té, una bestia ignorante, un ser rústico y sin domesticar. Pero mi difusor de té tiene una puerta Torii en un extremo y eso lo compensa todo.

También exijo besos. A todas horas. Pero eh, también los entrego. Y caricias. Y le digo piropos. Y hasta tengo un radar que hace que me despierte cuando se está poniendo el pijama para poder contemplar la hermosa visión (yo siempre me voy a la cama antes). En ocasiones se supone que debo abusar de él, pero no lo hago porque soy muy inocente y santa. Y porque no tenemos intimidad, pero eso es lo de menos. Lo importante es que soy inocente y no entiendo de estas cosas.

A veces me fastidia. Cuando estoy intentando resolver puzzles estilo Picross en la tablet (nonogramas). Siempre me dice que en una casilla va una equis y es mentira. Quiere que pierda. Quiere hundir mi orgullo. Quiere que me tire por el balcón. No tenemos balcón, pero no importa. Es lo que él quiere.

A estas alturas mucha gente estará pensando que le importa bien poco lo que yo haga o deje de hacer con mi merluzo. Pero me da igual. Porque otras personas me preguntan qué tal nos va y sé que se alegrarán al leer esto. Porque estoy feliz, contenta y levemente esterilla. Y eso siempre es bueno y la gente debería celebrarlo.

Así que nada, todo genial por aquí. En próximas entradas volverán las espigas psicópatas y los cereales con problemas de alcoholismo. 


domingo, 12 de abril de 2015

Sepia anquilosada con turbante

El tiempo está loco. Frío y calor se van turnando para acompañarme en mis paseos diarios. Aunque ahora la pierna derecha se me ha puesto en huelga. La oreja izquierda también. No por nada en especial, simplemente quedaba bien escribir algo así.

Me he dado cuenta de que apenas actualizo un par de veces al mes. Echad la culpa a mi novio, al japonés, al aumento del precio de las alfombras persas y al chocolate volador septentrional. Pero especialmente a mi novio. Es adorable. Informático, pero adorable. Y melenudo. Y tiene unos Miracle Gloves, que lo estoy viendo en la pantalla de su PC. Yo también quiero. Ju.

En cualquier caso, hoy vengo a hablaros de algo interesante. La migración de las migas de pan. Es la época, lo noto. Se puede ver que tras cada comida hay un par de migas esquivas que intentan escapar por la ventana y unirse a sus compañeras. Se dice que en Asturias se han visto grupos de más de setecientos ejemplares. Y eso solo de migas clásicas, las de pan integral se cuentan en otro grupo aparte que tiene unos patrones migratorios diferentes (un par de meses después).
Como persona experta en migas y en terraplenes, tengo que avisaros de que el cambio climático está afectando a estas migraciones y algunas de las migas están claramente confusas. He visto a una que se creía pantalón de pana y se negaba a unirse a la migración de sus compañeras, con eso lo digo todo. Pantalón de pana. En esta época. De locos.

¿Y qué podemos hacer nosotros para ayudar a las migas a realizar su trayectoria anual sin problemas? Pues he aquí un par de consejos que me han dado los expertos en la materia, Pancracio Templos y Salvador Piecorto.

-Colocar flores pochas en los rincones de la cocina los martes de madrugada.

-No tocar la ocarina mientras se pisotean hormigas gigantes.

-Usar sandalias en las ceremonias de graduación de vuestras mascotas.

Con estos pequeños gestos podemos facilitar su labor a las pequeñas y tímidas migas de pan.

Y ahora que os he informado y sois un poco más cultos, toca mutar en radiografía de perejil.