martes, 2 de septiembre de 2014

Enamorada

¡Yey! Sigo viva. Me he saltado el mes de agosto, poca vergüenza la mía. Y encima no vuelvo para ofrecer más pseudocríticas, sino que regreso para poner cosas ñoñas. El terror.

No hay nada peor para un escritor que ser feliz. Es un hecho. No se pueden escribir cosas desgarradoras cuando estás todo el día con la sonrisa tonta. Se pueden escribir cosas sobre pollos tuertos, eso desde luego. Y eso ya está encauzado en un proyecto que algún día será algo más que un puñado de páginas en un rincón del disco duro.
Sin embargo, se puede vaciar el alma (si tienes) cuando las cosas van mal. Lo veo a diario, gente que llena sus redes sociales de pensamientos profundos, acompañados de canciones melancólicas. Pero yo ahora solo puedo pensar en lo bien que se está en la cama, en lo abusable que es mi melenudo, en mi próximo viaje y en lavadoras de terciopelo. Esto último solamente los fines de semana.

En cualquier caso, quería actualizar. Aunque fuese con una entrada como esta. O tal vez una entrada como esta es precisamente lo que tenía que poner.

Hace un par de semanas cumplí un año junto a mi merluzo. Es gracioso, ya debería estar más que acostumbrada a aniversarios, que vengo de dos relaciones largas. Pero parece que cada nueva relación borra todo el pasado y se alza con el título de "la mejor relación del mundo". Y te emocionas como si nunca antes hubieses cumplido un primer año junto a alguien.
La verdad es que tiene mérito sentirse así, porque precisamente vengo de relaciones en las que fui muy feliz. De hecho, la última fue tan buena que con mi ex sigo teniendo una profunda amistad y lo adoro sobremanera.


Así que un año. Un año perfecto. Un año en el que he descubierto que pese a volverme más exigente con cada nueva relación, soy capaz de encontrar a alguien a la altura de las expectativas. Y eso que pensaba que precisamente este meloncio era el menos indicado para contribuir a la felicidad. Pero el destino no pensaba lo mismo. Casi me salgo con la mía, me crucé con un par de personas que tenían su aquel. Me entretuve interesándome en ellas (y a veces ellas en mí) pero todo fue en vano. Desde aquí tengo que agradecer que no fuesen las personas adecuadas para mí. Gracias a ello algo se encendió en mi cabecita, una bombilla de esas de bajo consumo. Y se me ocurrió que igual ese informático melenudo al que llevaba meses tratándolo como mi novio (pero sin admitirlo, desde luego) podía ser alguien digno de ese título. Ah, maravilloso viaje a Japón que me permitió pasar varios días sin pensar en un solo hombre y pasar página con mi relación anterior. Y maravillosa quedada veraniega de meses después, en la que comprobé que era inútil seguir negando que quería tener a mi melenudo al lado.


Y así nos plantamos en el presente, un año después de ese momento en el que le confesé que yo ya no podía verlo como a un amigo. O pasado cercano, que como dije, de eso hace un par de semanas. Lo que sí es presente, de lo más cercano y actual, es el estado de enamoramiento tonto que aún tengo encima. Ese mismo estado es el que me hace estar ya de los nervios con el nuevo viaje. Sí, ir a Japón mola. Pero ir con él, poder mostrarle todos los lugares que me encantaron, sorprenderlo con sitios maravillosos... eso es lo que realmente me hace ilusión. Y tomar dulces, claro. Y volver a la fanta de uva y al calpis. Ains *_*

Como decía en el título, estoy enamorada. Pero no solo de él. De la vida en general. Y no porque la vida sea estupenda. No tengo trabajo, vivo en el exilio, tengo a todos mis amigos lejos, mi salud sigue siendo de segunda mano y el mundo todavía está sin dominar. Pero existo y eso mola mucho. Porque podría haberme tocado ser cualquier otra persona, pero no. Soy yo. Y eso es genial. Muy poco modesto por mi parte, pero genial. Y cuando te enamoras de la vida, la vida se enamora de ti y te pone informáticos melenudos en el camino. Y abusas de ellos y te los pides como novios. Así funcionan estas cosas.

Hasta aquí la actualización nocturna-amorosa de hoy. Ahora a la cama.