jueves, 24 de octubre de 2013

El beso del trueno

Cuando eres capaz de fundirte con los elementos que te rodean, cuando puedes deslizarte entre el subsuelo de su cuerpo y sus entrañas, cuando se vierte la vida sobre la muerte y la mezcla te salpica... entonces es cuando sabes que no hay forma de que te aparten de tu camino.

A veces toca abrazar la indiferencia. Es lo más sensato, lo único que aplaca la ira del volcán que se ahoga en su propia ceniza. Y no puedo decir que lo disfrute, como tampoco puedo negar que lo haga. Es parte de la naturaleza de esos sueños a los que me aferré tiempo atrás. Ahora han anidado en mi alma y han cubierto de hiedra las piedras de mi eco.

No puedo destrozar ni puedo crear. No tengo la posibilidad de elegir más allá de la barrera de luz y sonido, del valle que surgió de la nada aquella noche. La estrella giró sobre sí misma y se hizo pedazos, aristas incandescentes que dibujaron la silueta de aquel desconocido. La leve sonrisa era de espuma.

Pero puedo hacer muchas otras cosas. Puedo dejarme caer y atravesar los límites. Puedo perderme en la corriente de ideas, entre estallidos de sabor a fresa y caricias de tulipán. Y es solamente el principio. La orquesta está a la espera de mi señal, de alzar las voces del coro hasta la misma luna.

Se estremece. Se agita. Se contorsiona. Se desdobla en dos esencias atemporales que se enredan, hilos de bruma teñidos de color y plata.

Ven a por mí. Sabes que te estoy esperando, vigilando tu sueño.
Toma asiento a mi lado y escucha aquello que tengo que decirte. Solamente tú puedes entender lo que se refleja en este cristal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La destrucción es otra forma de creación que decían, claro, que no suele ser la mejor de las elecciones en demasiadas ocasiones.

Me ha gustado.

M dijo...

¡Me alegro de que te guste!

Y sí, ambas cosas van unidas. Yo destruyo una tableta de chocolate para crear contento en mi estómago, por ejemplo. Tiene sentido.