miércoles, 11 de septiembre de 2013

Tengo un tiburón

Tengo un tiburón, que me defiende de los fallos del emulador del averno. Que me consuela cuando un save me devuelve las horas pero no el nombre. Ness. Bueno, todo sea por no volver a empezar. Y porque el dinero con el que viene es interesante.

Ya le queda poco sobre la piel, se agrieta, castigado. Pero sus tribales adornaron una noche que quedó suspendida en el tiempo. Una noche que no puede ser cargada con f4. Aunque mejor así, de lo contrario correría el riesgo de perderla. Y no quiero. Quiero conservar la quietud de aquella noche, solo rota por nuestras risas. Quiero conservar tus abrazos, tus besos, el calor de tu cuerpo. Es por ello que sé que aunque desaparezca su dibujo, no lo hará su esencia. Porque tengo un tiburón. ¡Y un pastel!

Así soy yo, porque siempre lo he sido. Y así me descubres, nueva y vieja, sin censuras. Con la cabecita loca dando tumbos de un lado a otro, jugando a soñar. Una niña que es adulta. O quizás una adulta que aún es niña. Posiblemente un calamar. Eso sería mucho más adecuado.

Y quiero tus brazos, para que ahoguen mi frustración tonta, mi guerra abierta contra las malas jugadas de la tecnología. Porque son los disgustos insignificantes los que me recuerdan que todo es más bonito a tu lado. Hasta una pila de cadáveres. Pueden ser cadáveres bonitos, claro está. Pero no me refiero a eso. Es el brillo especial que tiene la felicidad compartida. Con tiburones, claro. Porque tengo uno. Que vigila y protege. Que se disputa contigo mi persona, como si no fuese suficiente un elefante.

Tengo un tiburón. Déjame que te lo recuerde. Todo sea por volver a disfrutar la complicidad de ese momento.

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