jueves, 15 de agosto de 2013

Más entradas de Daro

A Jan no le gusta cuando escribo entradas de estas que solo entiendo yo. Y sé que hay más gente como él. Pero no me importa. Es mi blog y escribo lo que me apetece. No escribo para que la gente pueda entenderlo, ni para entretener a nadie. Escribo porque para mí es una necesidad. Y como tal, debe ser satisfecha. Por el bien de mi estabilidad mental y por el equilibrio del universo.

Que se pueda leer públicamente es algo secundario. Que se entienda, es aún menos importante. Que sea repetitivo, monotemático, predecible... es lo que implica este tipo de escritura en la que te vacías en un momento, sin pensar. Mi alma no es tan compleja ni mis preocupaciones tan variadas como para crear una novela con giros dramáticos repletos de emoción. No, mi mente alberga siempre los mismos miedos. No exactamente los mismos, pero sí de la misma naturaleza. La mía. Cuando eres como yo, es imposible que no existan miedos. Porque son producto de una ambición ilimitada. Nadie puede aspirar a hacerse con el control del mundo sin arriesgar en el camino.

Podría añadir, además, que este es el único lugar en el que puedo explorar opciones alternativas. A la hora de la verdad, tomo una decisión, que será más o menos acertada. Y no podré volver atrás. Pero aquí puedo tomar todas las que quiera. Una vez y otra, cambiando pequeños detalles aquí y allá. Puedo disfrazarme de diversas personas, recorrer caminos que todavía no existen. La apariencia siempre es la misma, siempre está la mirada de Daro sobre sus hombros. Pero es todo tan diferente cada vez...

Esta podría ser una de esas ocasiones en las que todo parece repetirse. Pero sé que no es así. Puede ser la diferencia más grande que he podido contemplar. Más que aquella vez en la que un huracán con nombre extraño se lo llevó todo.

Quién sabe. Lo que tengo claro, es que aprendo constantemente de todo esto. Araño la superficie y me dedico a descubrir matices nuevos a cada paso. Es interesante. ¿Divertido? Supongo que es algo que no puede entenderse de ese modo. Es la diversión que acompaña al aprendizaje, tal vez. Aunque eso tampoco sería muy exacto.

Pero hay algo que es cierto. Desde hace tiempo, ella no ha vuelto a hablar con su reflejo. En una de las últimas disputas casi pierden el corazón. Pero al final todo acabó bien, con un atardecer invertido, de esos que sirven de conclusión a historias narradas en voz baja.
Y eso es bueno. Bueno para su felicidad, bueno para su misión. Y quizás hasta para el destino del joven de cabellos de fuego. Demasiado había tenido que vivir en poco tiempo. Y eso siempre conlleva riesgos que es mejor no asumir.

Posiblemente todo se debiese al entendimiento alcanzado entre todas sus siluetas. Desde la más antigua hasta aquella que acababa de ser dibujada en el humo. Y con las cenizas de todas ellas habían dibujado un nuevo porvenir que se transformaba en un interrogante de lo más tentador.

No hay queja alguna. Es algo mucho más dulce de lo esperado. Tanto para ella como para él. Quizás la bestia que dormitaba no se sentía tan satisfecha. Pero ahora mismo no era útil para sus propósitos. No necesitaba el canibalismo cuando estaba tan lejos de otro ser humano.

Podría decirse que había encontrado un cierto remanso de paz, la calma que necesitaba para preparar el último asalto. Y eso le devolví al sonrisa al rostro que había permanecido tanto tiempo oculto al mundo.

Es por ello que Daro había decidido dejar que emprendiese el viaje sin supervisión alguna. Era la ocasión que necesitaba, la posibilidad de demostrarse, a sí misma y a los demás, que todavía era capaz de surcar los aires entre las nubes de aquel volcán que, majestuosamente, se alzaba entre el pasado y el momento actual. Dibujaría un camino nuevo, que se internase directamente en la tierra húmeda, entre las raíces del conocimiento que se fundía con la arena, bajo el sol. Y llegaría así al centro de todo, al orbe que contenía la melodía con la que ella podía crear un nuevo mundo.

Así que esta vez Daro bien merece aparecer en esta entrada. Sin pronunciar palabra alguna, solamente ofreciento sus brazos para descansar. Quizás hasta pudiese permitirse un viejo mordisco. Y es que la rueda había vuelto a girar.

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