martes, 30 de abril de 2013

Tambores en la lejanía

Las sombras parecían cansadas de reptar a su alrededor. Quizás sabían que ella podía escapar con solo proponérselo. O temían la venganza de alguno de aquellos que guardaban su sueño cuando estaba herida.

No iba a quejarse, le gustaba la situación. No era tan idílica como para emprender el vuelo como si nada hubiera pasado, pero le permitía jugar con el viento como antaño. Qué sería de ella sin los remolinos de brisa.

Se acercaban los cambios, lo anunciaban los tambores. Y temblaba en una mezcla de miedo y expectación. Lo anhelaba, eso desde luego. Pero el camino podría haber sido más sencillo si no se hubiese entretenido en contemplar la belleza de los reflejos en el lago. Ah, malditos atardeceres de hojas rojas, de piedras que dejan sus ondas al rebotar en el agua.

Lo bueno era que la tierra no notaría su marcha. Incluso en aquellos lugares en los que se había detenido a acariciar las flores, no permanecería nada. Un recuerdo, tal vez, un tallo quebrado, un trébol oculto entre la maleza.

Pero en eso consistía su vida. No podía vivir como otros, porque no era como ellos. Eso era algo que incluso Daro conseguía entender. Y aunque la quería para sí, aunque temía que acabase otra vez con la sangre manando de sus heridas, era capaz de aceptar que se lanzase tras aquellos sueños que apenas se dibujaban entre la niebla. Ella había prometido que nunca la perdería. Lo que equivalía a que él hubiese prometido lo mismo. Y nunca había roto una promesa. Ni siquiera aquella vez en la que la bestia tomó el cuerpo de ambos y los despedazó, dejando sus restos tirados junto a aquel pozo, juguetes rotos que ya no servían para su propósito. Contaron con la ayuda del joven de los cabellos de fuego. Se sacrificó y volvió a ellos con aquellos ojos redondos y repletos de inocencia. Ambos chicos fundidos en un abrazo, protegiéndola de todo mal. Habían sido tiempos duros, pero había recibido el regalo más hermoso que podía esperar.

Pero claro, aquello era el pasado. El tiempo en el que aún no había recibido el don. Ahora todo era más complejo. Aunque imaginaba que más gratificante. Tendría ocasión de comprobarlo cuando atravesase el arco. Sabía que los tambores seguirían sonando, sabía que los muertos pedirían auxilio. Pero tenía que seguir adelante. Tenía que cerrar las puertas de un jardín antes de abrir las de otro. Y no dejaría que la lava alcanzase sus tobillos hasta haber perfeccionado la sonrisa.

Iba a ser duro. Pero lo estaba deseando. Iba a caminar sobre huesos astillados, sobre tierra yerma en la que se habían consumido esperanzas y derramado sangre. Iba a sentir las caricias de todos los diablos que se disputaban su ser. Pero triunfaría. Oh, claro está que lo haría. ¿Acaso tenía otra opción?

Es por ello que las sombras ya no trataban de enredarse entre sus piernas. De nada servía una vez ella decidía echar a volar.

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