jueves, 25 de abril de 2013

Shaiin

El mundo nunca fue algo justo y eso era algo que ella sabía bien. Lo sabía porque lo veía. Lo veía en las lágrimas del chico que había perdido lo que más quería. Lo veía en aquel que escapaba de sus miedos. Lo veía en la chica que no quería mirarse en el espejo. Lo veía en los que no se movían por miedo a romper el frágil equilibrio a su alrededor.

Pero ella no podía hacer nada. Tenía que ocuparse de su labor, que era más importante que la de solucionar la vida de otros. Porque si no conseguía su objetivo, toda vida desaparecería en un instante.

Por eso, alzó los brazos hacia el cielo, dejando que los rayos del sol calentasen su piel. Comenzó a dar vueltas, lentamente. Sus pies descalzos se mojaban con el rocío de la hierba, los volantes de su falda flotaban en un lento ondular que acompañaba sus movimientos.

Tocaba dibujar el mundo. Con sus lágrimas y su sangre, pero también con su sonrisa, con sus recuerdos, con sus esperanzas y el brillo de aquella puerta entreabierta.

La noche anterior había recibido una visita. La de la bestia con las fauces ensangrentadas. La oscuridad creciente que robaba el aliento de cuantos la rodaban. Pero ella la había mirado con desprecio. No, esta vez no iba a dejar que la devorase. Estaba más débil que nunca, pero al mismo tiempo, su determinación era inquebrantable.

Recibió también la visita de Daro. Ella selló sus labios con un beso y lo obligó a permanecer en silencio. Cualquier cosa que dijera podía romper el equilibrio de la reconstrucción. Así que se limitó a dejar que la abrazase, mientras jugueteaba con su oscura melena.Quizás mañana le permitiese pronunciar su discurso de criatura eterna. Pero hoy era su día y nadie iba a empañarlo con consejos que nunca querría seguir.

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