domingo, 21 de abril de 2013

El abrazo

Daro contemplaba a la chica con sus profundos ojos verdes. Ella le acariciaba la oscura melena, mientras se secaba las lágrimas y esbozaba una sonrisa.

-¿Ya estás mejor? -preguntó el chico.
-Claro. Ya me conoces. Me golpeo con fuerza y luego me levanto.
-¿Y si un día te haces mucho daño?
-¿Y si no me lo hago? No puedo perseguir mis sueños si me quedo dentro de la burbuja que quieres imponerme.
-¿No tienes miedo de que ella venga a hacerte una visita?
-Nah. Soy más fuerte de lo que aparento. Ella me hace llorar, sí. Ella me grita al oído cosas terribles y me obliga a acurrucarme en un rincón, temblando mientras me abrazo las rodillas. Pero sabes, ella también me ayuda a no rendirme. Porque sé que detrás del miedo me esperan buenas cosas. Quizás no ahora, pero en algún momento.
-Entonces, ¿no vas a alzar nuevamente las barreras?
-¡Jamás! Tengo el gran don de tener el corazón expuesto. Con los riesgo que implica, pero también con las ventajas que tiene.
-Sí, eso es cierto. Por cada persona que muerde tu corazón con ganas de herirte, tienes a varias que se apresuran para coser la herida.
-Bueno, esa es tu versión. Yo no creo que nadie desee hacerme daño. Pero cuando el corazón es tan grande como el mío, la gente tiene que tener cuidado o puede engancharse al pasar. Entonces al tirar para liberarse, hacen daño. Pero no es consciente.
-Algunas personas dirían que eres demasiado buena.
-Nuestro pelirrojo no lo diría.
-Oh, vamos. Pero él es... él.
-Y yo soy yo, y no quiero convertirme en otra cosa. Ser fiel a mí misma es lo único que puedo alcanzar por mis propios medios. Lo único que no me pueden arrebatar.
-Mi pobre insensata...
-Mi adorado diablo...

Se fundieron en un abrazo en el que casi podrían haber fundido también sus almas. El abrazo que comenzó hace muchos años y que, todavía hoy, era capaz de serenar a la joven como si fuera una niña pequeña.

Ella sonrío. Era muy feliz. Qué son unas lágrimas ocasionale mojando la arena. Un precio muy pequeño que estaba dispuesta a pagar. Nadie iba a conseguir cambiarla. Porque ella había aprendido a volar y no podía aceptar consejos de aquellos que aún se desplazan sobre la tierra yerma.

Continuó el abrazo. Eterno, infinito. El abrazo que siempre la hacía soñar con un futuro mejor. Junto a él. Su protector, su criatura. Sus sueños con forma humana, con forma de amor incondicional.

Daro, siempre Daro, con su nombre incompleto, únicamente conocido por una persona, aquella que era capaz de sumergirse en el más profundo de los lagos. Posiblemente, ya olvidado. Simple Daro, hermoso Daro. La salvación que ella misma ofrecía al mundo.

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