martes, 16 de abril de 2013

Gladiolos sónicos instrumentales

Decirlo todo sin decir nada. Y dar las gracias a todos los que las merecen, que son más de los que eran ayer. ¿O fue la semana pasada?

El caso es que el tiempo transcurre de forma pegajosa, como la miel. Pero de una forma menos deliciosa. Aunque puede que, simplemente, la gente no lo sepa apreciar.

Y alzan el vuelo los pájaros imperfectos y sin plumas, pollos asados retozando en un estanque mientras cae nieve en el desierto pendular. También están ahí aquellos que no dan vueltas en un asador, pero que tampoco disfrutan de plumaje vistoso. Por supuesto, están también los que lucen traje de gala. Y las alondras, siempre tiene que haber alondras.

Así es como transcurre la vida del visitante nocturno. Entre vocales abiertas y cerradas, entre pausas de efecto dramático y corchetes de función desconocida. Mil noches, mil días. Y el desenlace en menos de lo que dura la vida del suspiro cojo. Aunque cuentan que hubo uno especialmente longevo.

Vuelve el calor, a todo esto. Con su melodía de bronce y de azafrán blanco en crisantemo de ascensor. Con el sentido turbado por la arena que cae en el reloj, como un incesante gotear de poemas mudos. Sin cesar, como la corriente que arrastraba el sentimiento de los marchitos.


Es lo típico de esta época del año. Te recibe con los brazos abiertos y la boca abierta de par en par. Y con flores en el pelo. En la melena perfectamente cuidada, que alberga miedos. Y flautas dulces.

Y así me vence el sueño, sin rondas de desempate, sin trampas y sin privilegios. Mirándonos a los ojos como alfileres entre huesos de aceituna. O quizás como sábanas entre campos de coliflores. Todo depende de cómo de cansados estén los atunes viejos.

Hora de dormir. Y de imaginar que el campo se convierte en gelatina. O algo igual de rico.

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