martes, 19 de marzo de 2013

Apacible

Jugaba en la cálida arena, mientras el romper de las olas le traía viejos recuerdos. Era un día espléndido.

Daro la contemplaba en silencio. No deseaba interrumpir su juego, aunque lo hubiese hecho de buena gana. Le costaba reprimir el instinto de abrazarla cuando la veía sonreír de esa manera.

Volvía a ser una niña despreocupada. Volvía a disfrutar sin preocuparse por aquello que no estaba en su mano. No es que hubiese dejado de lado esa faceta de sí misma, pero lidiar con la bestia la había dejado tan agotada que no había tenido tiempo de dejarse llevar.

Pero había llegado el momento de descansar. Se lo había ganado. Unos días de tranquilidad junto a la única persona que había ganado acceso a aquella parcela de su felicidad. Los demás debían esperar. Los demás debían aprender a vivir sin su constante supervisión. Aunque fuese su deber, no debía anteponerlo a su propia vida.

La chica se puso en pie y corrió hacia Daro, arrojándose a sus brazos.

-¡Lo estoy consiguiendo! -exclamó, feliz.
-No esperaba menos de ti -dijo él, estrechándola contra sí.
-Es más sencillo de lo que parece. Cuando dejas de pensar y te conformas con vivir... todo fluye.
-¿Notas entonces la mejoría?
-¡Claro! No soy tan inocente como para ignorar el hecho de que ellas siguen allí, vigilándome. Me morderían si les diese la más mínima oportunidad. Pero no pueden. No tienen ese poder sobre mí.
-¿Estás segura?
-¡Desde luego! Hemos pasado por esto muchas veces. Tú lo sabes. Yo lo sé.
-Cada día que pasa me sorprendes más. Nunca me acostumbraré a ello.
-Oh, claro que lo harás, idiota. A fin de cuentas, todo lo que sé lo he aprendido de ti.
-Quizás fue a la inversa.
-Bah, no vamos a discutir lo mismo de siempre.

La chica se deshizo del abrazo y se dirigió al agua sin pensárselo dos veces. Con una seña, indicó al joven que la siguiese. Era hora de disfrutar del merecido descanso.

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