viernes, 22 de febrero de 2013

Sonrisas

La sangre manaba de las heridas abiertas, pero a la joven no le importaba. Las cicatrices de guerra siempre eran apreciadas por sus semejantes.

Se incorporó con lentitud, sin dejar que el dolor se interpusiese entre el fuego y su cuerpo. Las llamas la rodearon, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro infantil.

Todo ardió. El presente, pasado y futuro, la maraña que formaban aquellas líneas temporales indefinidas. Los miedos, los sueños. El frío, el calor. Fue purificada por entero. Ni siquiera se salvó su alma, liberada al fin de las espinas que la aprisionaban entre las paredes de roca gris.

Quemaba. Ardía. Volvía a nacer. Pero no inmaculada, no sin tacha. Las garras capaces de destrozar al adversario seguían con ella. También el veneno de sus colmillos, dulce y letal al mismo tiempo.
Pero también quedaba en ella la capacidad de abrazar a sus criaturas, de protegerlas de todo mal. De darlo todo a cambio de nada, de sacrificar su vida por la de ellos.

¿Su vida? ¿Qué vida?
Y en realidad... ni siquiera podía estar segura de quiénes eran ellos.

-Deberías cubrirte -dijo Daro, teniéndole la capa de estrellas.
-¿Te da miedo mi cuerpo? ¿Me crees vulnerable?

El chico no respondió y ella lo contempló con aquella mirada antigua, lo poco que había sobrevivido al fuego. Se acercó a él y rodeó su cuello con los brazos, rozando apenas su piel. Sus labios acariciaron levemente los suyos, en ese gesto prohibido, en ese acto suspendido en el tiempo. Sus almas se enzarzaron en una violenta batalla, para finalmente abrazarse como hermanas que eran.

-No los mates -pidió Daro.
-No lo haré. Estoy por encima de ello.
-¿Puedo dejarte sola en esto?
-La pregunta está mal formulada. ¿Eres tú el que puede seguir adelante sin mí?

El joven guardó silencio. Se miraron sin pronunciar palabra alguna, solo el leve caer de los párpados de la chica hablaba en mitad de aquella terrible noche, demasiado oscura para que se creasen sombras.

-No los mataré -dijo ella, finalmente-. Pero tampoco dejaré que ellos te hieran.

Tomó entonces la capa de estrellas y cubrió su desnudez. Las alas se desplegaron majestuosas, no menos bellas por permanecer aún tan inertes como su propio ser.

-Posiblemente, ella regrese mañana -continuó la joven-. Pero estaremos preparados. Simplemente, no dejes que se acerque demasiado al reflejo de Ánzador. No todavía.

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