viernes, 23 de noviembre de 2012

Estallido

Estallido multicolor de brochetas industriales sureñas.
Rojo, amarillo, verde y color piedra estampada a topos. Eso era todo lo que Hinojoso conseguía ver a su alrededor. Los colores saltaban, se mezclaban y cantaban ópera de mala calidad.

Cuando el estallido audiovisual fue menguando, Hinojoso pudo comprobar que todo a su alrededor había cambiado. El río se había secado, el cielo se había cubierto de nubes grises con muy mala cara. Y por si fuera poco, una vaca bicéfala mugía desde la cima de una montaña cubierta de nieve rosa.

Hinojoso se encogió de hombros. El mundo a veces hace esas cosas. Muta sin avisar, sin dejar que nos preparemos para el cambio. Es lo que se denomina "metamorfosis sorpresiva intercelular y levemente cromática". Ya sucedió en el pasado, en 1722. Y según antiguos escritos persas, en el -3,44.

Y es que así es la vida. Caótica y rectangular, dependiente y restaurada por ingleses cauterizados.

Total, que Hinojoso aceptó su nuevo mundo con resignación. Como hacemos todos con los lunes.

martes, 13 de noviembre de 2012

Hinojoso

Hinojoso Pamposito era un tío cutre. Muy cutre. Más que uno de esos abedules que te despiertan por la mañana antes de tiempo.
Vivía en un pequeño apartamento a las afueras de la ciudad, junto a su tortuga Claudia. Cada mañana, llenaba el cuenco de comida de su compañera, mientras ella intentaba arrancarle los dedos a mordiscos. Una relación de lo más tierna y bonita.

Hinojoso trabajaba  en cosas feas. Comercial de cactus, orientado al sector de las plantas de procesado cárnico. Por extraño que parezca, era un negocio con el que ganaba una cantidad de dinero nada despreciable. Las fábricas siempre han sido lugares muy tristes, así que no era difícil convencer a los jefes de que llenarlas de macetas de "Charlies"  y "Genovevas" (las dos especies más demandadas) ayudaría a mejorar la producción del lugar.

Por tanto, podía permitirse el llevar una vida anodina pero razonablemente cómoda. Los fines de semana, para escapar de la rutina, solía caminar cerca del río, sacando imágenes del paisaje. Luego, en casa, las colocaba en las páginas libres del álbum. Así había llenado ya cuarenta tomos de clónicas imágenes.

Nada hacía sospechar que Hinojoso estaba a punto de vivir una experiencia que cambiaría por completo su forma de ver el mundo. Solo quedaban dos semanas para el nacimiento del oblongo interdimensional.