lunes, 29 de noviembre de 2010

Viento espongiforme

El viento me transporta hasta ti, hasta él, hasta ella, hasta mi reflejo. Pero el viento también transporta hojas secas, bichos varios, bolsas de plástico vacías y un tucán viejo.
Es por ello que prefiero quedarme en casa, tapada con mantas y cadáveres humanos.

Y te echo de menos. Besarte, tocarte, someterte a mi eterna tiranía, a mi soberanía absoluta, a mi dominio sin límites. Porque así de encantadora soy yo, capaz de sonreír con ternura mientras nadie ose llevarme la contraria. Si no se arrodillan ante mí... ains... no me queda otra opción que tomar del brazo al pobre incauto y llevarlo hasta mi propia sala de tortura. Pero prometo que será rápido y casi indoloro. Al menos, será indoloro comparado con... no sé, ser devorado por una pulga caníbal.

Pero en el fondo soy buena persona.

Y por ello el viento arrastra hasta mí el aroma de un sollozo quedo, de un temblor casi imperceptible, el escalofrío que recorre el cuerpo cuando sus ojos se clavan en los míos, el aliento cálido que busca tu cuello (o tu bolsillo, depende de tu nivel económico).

Pero nada de esto importa en las noches como estas, en las que puedo tocarte aunque nos separe una distancia mayor que la que se encuentra entre mi cama y la vagancia. Porque es en estas noches cuando los melocotones salen en procesión para rogar por las almas de los carritos de la compra angoleños.

Y yo... sigo aquí. Queriéndote, pero sobre todo, queriéndome y maravillándome por mi perfección casi absoluta. Mutando en cosas varias, ora un melón pluricultural, ora un pisapapeles en forma de cerdito.

Viento... y música. Acaricia mis oídos y me transporta a aquel lugar... quiero volver... a verte, a verla, a vernos...

¿Dónde estás? Ven... ven a mí... a los brazos de toda tu perdición, de tu esperanza, de tu destino. Ámame... y quizás, algún día, ellos nos perdonen la vida.

sábado, 27 de noviembre de 2010

¿Me acompañas?

Y en sus brazos encontraba el paraíso. El lugar en el que no necesitaba estar alerta, donde los ojos se cerraban para que solamente el alma pudiese sentir. Disfrutando del calor tan ansiado, de los besos que cubren heridas, sellándolas para siempre.
Las lágrimas rodaban por sus mejillas, arrastrando dolor y dejando paso a la esperanza, al sueño, a la ilusión que se mantiene viva por fuerte que sea el temporal que amenaza con apagar la llama.
Suspira. Y sonríe mientras se estremece, apretándose más fuerte contra su pecho. Se aferra a él como si fuese la última noche, como si ella, su sombra, su oscuridad eterna, quisiera arrebatárselo.

Se estrecha el vínculo, es fuerte la unión entre los cuerpos y el espíritu, entre los anhelos y la esperanza recién concebida. Clava en él su mirada y roba su aliento con cada nuevo beso. Su rostro es el espejo en el que la inocencia se acicala, inmune a los cambios que el transcurrir del tiempo regala a los que caminan por un mismo sendero.

El llanto la domina. Y no sabe quién de todas ellas es la que danza mientras resuenan las carcajadas. La pesadilla quiere tomar nombre y cuerpo, pero solamente podrá acariciar su rostro en las noches más frías, cuando el cristal que separa sus mundos es más fino que de costumbre.
Pero no sufre. No es el corazón palpitante expuesto a la crueldad del invierno. Es la primavera desbordando los muros que contenían sus miedos, la oleada de vida que arrebata de su cuerpo las telarañas que una vez cubrieron el mundo. Porque entre sus brazos, solo hay aquel dulce calor almibarado, el suave roce de unos labios que le dan de nuevo la bienvenida. Porque aunque no lo sepas, hemos caminado en más de una ocasión por aquello que yo llamo paraíso. Porque, en definitiva, ahora todo lo eres tú.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Llueven asteriscos

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Llueven asteriscos... y hacen chas, puch, clomp, graj graj y tropalopa.

Y voy saltando por las calles, de derecha a izquierda, de norte a sur, de diagonal este a septiembre ermitaño en Covadonga. Y así voy sorteando los obstáculos de la vida (de aquella que regalan en 2x1 en cosmética interestelar para iguanas) y me dirijo hacia el lugar en el que las yeguas mutan en lenguados ortopédicos.

Llueven asteriscos, puntos, comas, estrofas congeladas y raspas de pescado fosilizadas. Llueven paraguas rotos, contenedores volcados, hojarasca en forma de uve doble, tres tapices dominados y una mancuerna rojiza.

Nos mojamos todos, mientras danzamos al son de una canción nunca antes entonada, los designios violetas de un genio vestido con frac. Mefístoles viene a visitarme y me enseña fotos de sus nietos, mientras un sapo orondo decide posar desnudo para la prensa rosamarillista septentrional.

Llueven asteriscos, ganaderos, psiquiatras, peluqueros y un roncal acerado.

Y adoro a mi Jancio como si fuese el primer día. ¿El primer día de qué? No sé, de algo. De la legumbre asiática.

Llueven asteriscos e ilusiones. Y mhuahahahas entrecortados. Vino fino, tinto y moscatel. Dulces son las notas de un piano zombi que protagoniza escenas mudas. De todo hay en este mundo, hasta sacacorchos.

Llueven asteriscos.

Y hasta aquí la escritura automática de hoy. Mil besos a mi cosa adorable, violable y nenaza.

Ah, y no lo olvides. Llueven asteriscos.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Oda al ladrillo

Oh, ladrillo
Oh, ladrillo
Tan anguloso y pesado
Tan rojizo y agujereado
Tan semejante a un pelícano amanerado
Tan pagado de sí mismo y sin un atisbo de humildad.

Oh, ladrillo
Oh, ladrillo
Serviste para construir la tumba de un abejaruco real
Para abrir cráneos y quebrar piernas
Para formar escaleras infinitas al más allá.

¿Por qué tú? ¿Por qué lo hiciste?
¿Es el resultado de un mapache alchólico pilotando un airbus?
¿Es el destino forjado por aquellos que danzan desnudos en mitad del vertedero?


Oh, ladrillo.
Oh, ladrillo.
Oh.
Ladrillo.




Y en otro orden de cosas, hoy es sábado. Yeah. Las coliflores aplauden, los esqueletos se revuelven en sus tumbas sonrientes (los esqueletos y las propias tumbas, claro, que la sonrisa es propia también de lo inerte). Y aquellos que me conocen, saben que dominaré el mundo montada en avestruz de lustrosas plumas rosadas.

Disfruten ustedes del fin de semana del pescado gelatinoso artificial.

martes, 9 de noviembre de 2010

El mundo corre peligro y eres su única esperanza

Cualquier argumento de RPG típico puede girar en torno a esa idea. Tú eres una persona normal que, de un día para otro, te conviertes en el único que puede salvar el mundo. Siempre me he preguntado qué pensarían esos personajes sacrificados. No sé, a mí me viene alguien a decirme que soy la única que puede acabar con el mal que nos acecha y, la verdad, miraría bastante mal. Pensaría que otra vez se me acercan los dementes (tengo un poderoso imán para ellos).

Pero los protagonistas de RPG asumen que van a enfrentarse a una aventura peligrosa, durante la que se verán envueltos en todo tipo de situaciones desagradables. ¿Qué les mueve a levantarse cada mañana y arriesgar su vida una y otra vez?

Supongo que, en lo más profundo de su ser, saben que ese tormento acabará algún día. También está el hecho de que si el mundo es aniquilado, tu vida se acaba. Es un buen incentivo para tratar de cambiar las cosas. Pero a lo que iba, estoy segura de que van tachando palitos en la pared, marcando el tiempo que falta para alcanzar el final del juego. Porque ellos saben que es un juego, nadie va por la vida guardando partida en puntos determinados ni teniendo un contador de HP y MP.

Del mismo modo que el valeroso héroe (ja) de un RPG cualquiera tiene que enfrentarse a su destino, yo he de hacer lo propio. Tendré que vérmelas con el tedio absoluto (que es un poderoso enemigo, casi un jefe final), con los expedientes del averno (que vienen a ser las quest peñazo que te encargan en el momento más inoportuno), con charlas marujiles y quejas varias por parte de los que mandan. En lugar de empuñar una espada, haré lo propio con un estoicismo como nunca antes se había visto. Cada mañana, mientras abandono la cama en dirección al averno, me recordaré a mí misma que es por el bien de la humanidad... pronto el juego llegará a su fin y me haré con la victoria.

lunes, 8 de noviembre de 2010

En las lágrimas está la vida

Todos buscamos la vida en el calor del verano, bajo los rayos del perezoso sol. Todos queremos encontrarla reflejada en una sonrisa, en unas palabras tiernamente susurradas, en una caricia tímida, en un abrazo eterno.

Pero para aquellos a los que la apatía nos ha acompañado gran parte del camino, compartiendo con nosotros el sustento, el abrigo y hasta el mismo aire que respiramos, hay más vida que la que nace de la alegría. Hay vida en el dolor, en el llanto, en el corazón que se estremece herido en nuestro pecho. Sufrimiento en forma de lágrimas que te recuerda que no has muerto, que tus sentidos están preparados para acoger de nuevo al mundo.

Y sonríes, mientras tu rostro sigue empapado, surcado por cicatrices que resbalan en forma de gotas, serpenteando sobre tu piel. La amargura es salada esta noche cuando besa la comisura de tus labios, dulce cuando es acunada por tu alma. Das las gracias, a todo y a nada a la vez, por tener la oportunidad de jugar con el destino, de internarte en sendas aún por trazar, jugando a desvestir la razón hasta convertirla en brisa de estío.

En las lágrimas está la vida. Porque sin vida no hay dolor que nos arranque el más mínimo quejido, la más leve sombra de preocupación. Lloro. Y secas mis lágrimas con tus besos distantes. Vivamos juntos este instante... dejémonos llevar por esta redención.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Mis pulsaciones están monetizadas

Bajas la escalera de caracol con sumo cuidado, temiendo tropezar con los cadáveres que se apilan unos sobre otros. Llegas entonces a la amplia sala cubierta con tapices multicolores. Un niño de rostro angelical y bucles dorados permanece con la mirada vacía, perdida en el infinito. Los ojos vidriosos de aquel al que han arrebatado la vida, del muñeco inerte que cuelga del ventanal, claveteadas las manos en la madera. A sus pies, las doncellas yacen desmadejadas sobre el suelo, la sangre corriendo a regueros hasta ti.

Sonríes. Al fin estás en casa.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Pistacho gris

Pistacho gris siempre era marginado por sus compañeros, por su familia y por un grupo de pedruscos que pasaban por ahí. Porque hay pedruscos que se mueven por donde les viene en gana, especialmente en tardes de lluvia poco educada.

Pero lo más importante en esta historia es que pistacho gris había cometido un asesinato. Oh, sí. Pistacho gris era un criminal. Y por eso no podemos seguir hablando de él en estas páginas. Bueno, técnicamente sí podemos, pero no debemos. Claro que nunca me ha importado lo que uno debe o no hacer. Pero prefiero hablar de su primo, guisante rojo. Él no había matado a nadie, aunque había violado a un buzón. La verdad es que los protagonistas de la entrada de hoy son un poco conflictivos.

Así que hablaré de marsopas.
A pistacho gris le gustan las marsopas. Es lógico, a todos nos gustan las marsopas. Menos a ti. Y menos a tu vecino.
El caso es que a mí también me gusta el chocolate. Y la gente generosa que dona mil euros (por ejemplo). Pero yo tengo sueño. Mucho. Y quería actualizar, pero no soy capaz de escribir nada coherente mientras mis ojos quieren tomarse unas vacaciones. Así que os declararé mi amor de los miércoles. Es ligeramente similar al de los lunes, pero con ciertos matices de amor de sábado. Y un toque de salmón fosilizado recubierto con lonchas de queso.

Tengo sueño. He dicho. Y he hecho. No sé qué exactamente, pero hecho está.
Necesito que llegue diciembre. Y a Jancio.

Feliz noche de la montaña siniestra.