miércoles, 21 de septiembre de 2022

domingo, 12 de septiembre de 2021

Las bocinas ilegales de terciopelo

 Creo que he batido mi récord de tiempo sin actualizar. Merezco algún tipo de premio, como una tarta de chocolate de varios pisos. 


Tengo sobrados motivos para aparecer tan poco por aquí. Como el carecer de ordenador propio desde hace unos años o el haberme reproducido y tener a mi cargo un ser adorable a la par que cutre. Tiene genes de informático, no creo que deba sorprenderme.


Me acabo de dar cuenta de que esto ha cambiado el tamaño de letra y el primer párrafo ahora está como encogido sobre sí mismo, agazapado para no llamar mucho la atención. Igual cuando publique esto se corrige solo o apenas se nota. En cualquier caso, como persona vaga y poco perfeccionista que soy, no pienso hacer nada al respecto.


Y yo iba a hablar de ciertos aspectos relacionados con el tráfico de grosellas invisibles. Pero no puedo porque se acaba de terminar el tiempo del que disponía para actualizar. Así que será en otra ocasión. Prometo que no pasarán años entre esta entrada y las siguientes. Pongo por testigo a una onomatopeya listada.

martes, 3 de septiembre de 2019

Dos croquetas

Título nada descriptivo y engañoso. Porque no voy a hablar de croquetas. Así es la vida.

Llevo milenios sin actualizar, han pasado muchas cosas, demasiadas. Pero sigo sin ser rica. Snif.

Igual un día retomo la actualización de este blog. Si la maternidad me lo permite, claro. Y es que hace mucho que no hablo de invasiones de asteroides aficionados a las sopas de letras. Un drama de los buenos al que nadie está prestando atención.

Así que permanezcan atentos a sus pantallas... el día menos esperado reapareceré por aquí.

sábado, 3 de marzo de 2018

El rododendro no tiene quien le escriba

¡Humanos!
Ya no sé si queda nadie que se pase por aquí. Pero yo saludo. Desde verano del año pasado que no escribo, ya me vale.
Pero solo hay un par de datos importantes que resaltar. Bueno, tres.

1-No me he muerto
2-Me encontré a Gervasio (un jerbo) y ahora somos tres en casa.
3-Me caso en mayo y vuelvo a Japón.

Ahora que todo el mundo está al día, vamos con una hermosa historia:


7 de agosto de 1993. Hacía sol. Hacía viento. Hacía de todo. Posiblemente, en alguna parte del mundo, había huracanes, terremotos y volcanes en erupción. Supongo que incluso ovejas voladoras armadas con navajas de Albacete.
En tal día, un señor llamado Felipe decidió arrancarse las piernas. Pero se dio cuenta de que no era tarea fácil, así que desistió. Y en lugar de ello, se dedicó a tallar figuras de madera que representaban platos de macarrones.

Puestos ya en contexto, tengo que hablar de Romualda, una pastelera bicéfala que vivía cerca de Felipe. Estaba enamorada de él en secreto. En realidad, también estaba enamorada de siete personas más, pero es un detalle sin importancia.
Romualda se pasaba el día pensando cómo declararse. Solo dejaba de pensar en ello cuando dormía y cuando salía a cazar mamuts de algodón de azúcar. Pero nada acudía a su mente, así que al final se hizo vieja y falleció sin haber intercambiado palabra alguna con Felipe.

¿Y por qué es hermosa esta historia? Pues porque no hay cucarachas.

Fin.

viernes, 25 de agosto de 2017

Todo era violencia a su alrededor.

Le costaba recordar una época en la que no hubiese existido el caos. De hecho, no se sentía capaz de disfrutar de una vida calmada. Los regueros de sangre formaban parte del paisaje que le era tan familiar. Incluso los gritos eran parte de un sonido ambiental que extrañaría si llegase a desaparecer.

Ella lo sabía. No solo eso, lo aprobaba. A veces se la podía ver en un rincón, una figura menuda que presenciaba todo en absoluto silencio. Sus ojos no transmitían emoción alguna, pero permanecían bien abiertos para no perder detalle de cuanto sucedía.

Nadie era capaz de decir en qué momento había comenzado todo. Ella parecía haber estado siempre allí, como si encarnase la esencia misma del lugar. Frágil en apariencia, delicada en sus ademanes. Pero brutal cuando era contrariada. Allí no tenía cabida error alguno, un simple descuido podía sentenciarlos a todos. Él lo sabía, pero nunca le había preocupado. Su labor era única e imprescindible. Era el ejecutor de la justicia, aquel que manchaba sus manos arrebatando la vida a otros.


Esa era su misión. Ese era su sueño.

martes, 22 de agosto de 2017

¡Pero qué abandonado tengo el blog!

No era consciente de que mi última entrada era de enero O_O

Y ya está, solo quiero hacer notar eso. No tengo intención de escribir nada más en esta entrada, mhuahahaha.

martes, 17 de enero de 2017

¿Cómo se convive con la depresión?

Hace tiempo que no hablo del tema, pues han pasado varios años desde la última vez que tuve que enfrentarme a una crisis depresiva. Sin embargo, la depresión siempre está ahí. Al menos la mía, que no responde a causas externas y no se sabe bien qué la provoca. Solo queda la opción de medicarse y seguir con el día a día, agradeciendo que no vuelvan los malos momentos.

Soy feliz, para qué negarlo. Pero también tengo momentos en los que me canso de tener que estar siempre enfrentándome a desajustes anímicos inesperados y absurdos. Para mí, convivir con la depresión es un esfuerzo constante. Un esfuerzo que me conduce directamente a disfrutar de mi día a día, pero que a veces resulta agotador.

Hace poco salió el tema con unos amigos y he pensado que estaría bien contar cómo ha ido todo en los últimos años y qué tal lo llevo. La respuesta corta es "estupendamente". Pero hay que analizar el camino que toca recorrer para conseguir ese éxito.

Pondré un ejemplo. Mi vida es como avanzar sobre una cinta transportadora. Imaginad una de esas máquinas de gimnasio sobre las que caminas (o corres) sin realmente desplazarte del lugar. Hay que mantener el ritmo o acabarás cayendo. Es mucho más aburrido y cansado que caminar por el exterior, pues no solo resulta más difícil mantener el equilibrio sobre una superficie que se mueve, sino que es imposible detenerse para recuperar el aliento. En un gimnasio puedes parar la máquina, pero mi vida sería una cinta cuyo movimiento nunca cesa. La mayor parte del tiempo, tengo que mantener un ritmo determinado para no tropezar. No es un ritmo elevado, es perfectamente asumible. Cuando duermo, casi se detiene. Se mueve de una manera imperceptible, quizás medio milímetro cada hora. Perfecto para tumbarme y descansar.
Pero claro, al despertar, el movimiento se acelera. Y toca echar a andar otra vez. Un día, y otro. Y otro más. Lo cual no es muy diferente de la vida de cualquier otra persona. Al menos, mientras todo se mantiene estable.

¿Qué pasa cuando de pronto la velocidad de la cinta cambia sin previo aviso? Pues toca hacer un esfuerzo extra y tratar de seguir caminando sin caer. Pero cansa, muchísimo. Quieres parar un poco y no puedes, ya que bajar la guardia es sinónimo de una dolorosa caída. En esos momentos, todas tus energías se centran en seguir en pie. No puedes hacer cosas básicas que otros hacen sin apenas pensar, pues corres el riesgo de darte un buen golpe contra el suelo. Es un poco frustrante, pero hace tiempo que aprendí que no sirve de nada quejarse. Lo único que conseguiría es gastar las pocas energías que me quedan y aumentar el riesgo de llevarme un batacazo.

Hace muchos años que no me caigo, como ya he dicho. Eso es algo que celebrar, especialmente si tenemos en cuenta que he ido reduciendo la medicación poco a poco. La idea es poder dejarla pronto. No sé yo si funcionará, porque esta depresión absurda mía que no tiene motivo no es muy amiga de que prescinda de mis drogas legales. Pero bueno, habrá que probar. A fin de cuentas, me pasé muchos años sobre la cinta sin ayuda de medicación alguna. Y siempre puedo volver a ella si lo necesito.
Así que estoy contenta. Sin embargo, siempre hay momentos más complicados. Cambios de estación, por ejemplo. Ahí la velocidad de la cinta se acelera y tengo que esforzarme el doble. Pero bueno, se aprende a vivir con ello.

Lo que quiero decir con todo esto es que la depresión (en mi caso) no es siempre algo que está o no está. Es algo que te acompaña sin manifestarse pero que puede asomarse a saludar en cualquier momento. Días en los que te cuesta salir de la cama, días en los que te cuesta un mundo hacer algo que veinticuatro horas antes hacías sin despeinarte. O días en los que te sientes como si hubieses despertado de un sueño muy triste que no consigues recordar. Puedo seguir caminando, afortunadamente. Pero me dejo el aliento en el proceso y hay veces que es tan agotador que te preguntas si realmente vas a ser capaz de seguir con esa lucha toda tu vida. Pero claro que se puede. No es fácil, pero es perfectamente posible vivir así.


Tengo suerte y puedo decir que el 90 % del tiempo puedo hacer todo esto de manera automática. Y el 10% en el que no es así, pues me aguanto y sigo adelante como puedo. Porque el resultado merece la pena. Hubo tiempos en los que ese 10% era el día a día que me tocaba sufrir, pero eso quedó ya atrás. Hago mi vida normal, soy feliz. Y eso quiero que lo tengan presente algunas personas que están pasando por situaciones similares. La lucha es agotadora, pero no durará siempre. No a ese nivel desquiciante, al menos. Y un poco de esfuerzo extra de cuando en cuando bien merece la pena para seguir disfrutando de todo lo que nos rodea, ¿verdad?

Yo sigo adelante, limitando lo que hago cuando vienen días malos y aprovechando al máximo aquellos en los que todo sale de forma natural. En lo que llevo de año he seguido estudiando, he vuelto a probar suerte con entrevistas de trabajo y he retomado vicios como los juegos. Y por ahora va muy bien. A veces estoy muy cansada (físicamente) pero creo que es normal, para hacer cosas normales hay veces en las que me tengo que esforzar el doble que otras personas. Eso pasa factura. Pero dejando eso al margen, poco afecta convivir con la depresión cuando está controlada. Desde fuera, parece que todo sigue igual pero habiéndome vuelto más vaga. Yo sé que realmente hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para cuestiones bastante simples y que eso poco tiene de vagancia. Y eso se lo quiero recordar también a aquellos que creen que no avanzan, que no consiguen nada o que retroceden lo avanzado sin poder evitarlo. Eso no es así, requiere mucho valor y esfuerzo el seguir con el día a día cuando tienes que cargar con ese peso, cuando no puedes bajar de esa cinta que no se detiene. Así que nada de sentirse mal, que no es nuestra culpa esta situación. Y al igual que yo he conseguido tener una vida normal, plena y feliz, el resto puede hacerlo. No hay que rendirse.

Así que nada, con esto actualizo mi estado, respondo a las dudas de algunos amigos y aprovecho para mandar ánimos a algunos amigos que lo necesitan. El mundo no se conquista solo, os necesito. Podéis lograrlo, merluzos míos.